Hay que recordar lo que fuimos para saber lo que somos

Por desgracia la Historia de nuestro país poco importa a los políticos de turno. Si permitimos esto, terminaremos sin saber qué fue España y dejaremos que el devenir de los sucesos actuales borre nuestra memoria.

viernes, 8 de abril de 2011

La Guerra de Margallo



La "Guerra de Margallo" o Primera Guerra del Rif es una campaña casi desconocida y bastante marginada de las guerras de España en Marruecos, que tuvo lugar entre 1893 y 1894. En este caso la lucha no fue contra el sultanato de Marruecos, como ocurriera 34 años antes en la llamada Guerra de África de 1859 a 1860, sino contra las tribus o cabilas que rodeaban Melilla.
El nombre de Guerra de Margallo viene del apellido del entonces gobernador de Melilla, Juan García y Margallo, quien añadió la gota final en las tensas relaciones entre españoles e indígenas al comenzar la construcción de una fortificación cerca de la tumba de una persona santa para aquellas tribus. De este modo, en poco tiempo un grupo de unos 6.000 guerreros descendieron de las montañas para rodear y sitiar la ciudad de Melilla.
Tras la guerra de 1859 España había aumentado notablemente sus territorios en el norte de Marruecos, incluyendo Ceuta y Melilla, que habían aumentado su terriorio a costa de los circundantes. Esto se aprovechó para intentar aumentar las defensas en ambas ciudades, que se consideraban notablemente vulnerables. Estas obras se vieron incrementadas en presupuesto y velocidad de construcción gracias a que la prensa aireó ciertos incidentes en el norte de África. Entre ellos destaca la captura de seis comerciantes españoles por parte de algún grupo armado en el norte de Marruecos. El equipo de rescate compuesto por el cañonero Isla de Luzón llegó a la conclusión de que los seis habían sido ya vendidos como esclavos. De esta forma los esfuerzos para aumentar las defensas de la ciudad de Melilla se incrementaron, especialmente en Peuta de Cabiza y Punta Dolossos.
Sin embargo, una de estas construcciones fue a llevarse a cabo cerca de la tumba de un santo de las cabilas, Sidi Guariach, colmando los ánimos de los nativos dentro de un ambiente ya tenso de por sí.
La guerra comenzó cuando el 3 de octubre unos 6.000 guerreros, procedentes de 39 cabilas y armados con rifles Remington, descendieron de las montañas y atacaron a los cerca de 400 soldados que guardaban la periferia de la ciudad. Los soldados lucharon durante todo el día sufriendo 20 muertos, mientras la ciudad se aprestaba a la defensa y sus ciudadanos se refugiaban detrás de las murallas. Aunque se organizó una milicia civil para ayudar en la defensa, la gran desproporción en número de atacantes y defensores era tal que finalmente estos últimos se vieron obligados a retirarse.
Debido a la ausencia de armamento pesado los atacantes trataron de tomar la ciudad asaltándola a cuerpo descubierto y escalando las murallas. Pese a la escasez de soldados que tenía la ciudad (400 y la recién formada milicia ciudadana), al contrario que los bereberes, los españoles sí tenían armamento pesado. La artillería, unida a los modernos fusiles Mauser que portaban los infantes españoles, causó en los atacantes cerca de 160 bajas, obligándoles a retirarse. Rechazado ese día el primer ataque, la artillería comenzó a castigar las tribus rebeldes, pero uno de esos disparos acertó en una de las mezquitas con tan mala suerte que logró derruirla. Este incidente convertiría la rebelión en una guerra santa.
En España la reacción no se hizo esperar y se puso en alerta la flota, se movilizó el ejército de Andalucía y se envió el acorazado Numancia y dos cañoneras: el Isla de Cuba y el Conde de Venadito. Además, 3.000 soldados fueron trasladados a los puertos, listos para ser embarcados. Las bajas totales de ese día para los españoles ascenderían a 21 muertos y 100 heridos. Al día siguiente, día 4, el Numancia bombardeó numerosas de las tribus rebeldes. Así mismo, nueva artillería llegó hasta Melilla.
Por su parte la noticia de la mezquita destruida por la artillería se extendería por todo Marruecos, comenzando a llegar gente de todo el país para unirse a la yihad, así para el día 5, las fuerzas marroquíes ya se componían de unos 20.000 hombres desmontados y 5.000 a caballo.
En las semanas siguientes se mantuvo una calma tensa mientras la diplomacia actuaba. El sultán de Marruecos Hassan daba la razón a España en los términos de su derecho a la defensa y su derecho a la construcción de dichas fortificaciones. Sin embargo, la ausencia de firmeza y de ganas a la hora de pacificar a sus propios conciudadanos enfurecía al gobierno español, que se encontraba envuelto en una delicada situación, con su ejército y economía cargando con todo el peso de las operaciones, mientras el sultanato no hacía nada por restablecer la situación. Finalmente el sultán envió un contingente al mando de Baja-el-Arbi para restablecer el orden, pero fueron derrotados, empeorando aún más las relaciones con el sultanato.
Durante todo este tiempo y las semanas siguientes la lucha se centró en los fuertes de Camellos y San Lorenzo, hasta que los rifeños consiguieron destruirlos. De modo que el gobernador, Margallo, envió un nuevo contingente y trabajadores para cavar nuevas trincheras en los fuertes de Cabrerizas y Rostro Gordo, más defendibles al estar al amparo de la artillería de la ciudad.
El 22 de octubre el cañonero Conde de Venadito entró por el río Ouro y disparó 31 salvas a las trincheras de los rifeños y regresó al puerto de Melilla sin ningún daño. El 27, 5.000 bereberes atacaron la colina Sidi Guariach, que, pese al apoyo de los cañones del Venadito y de las baterías de la ciudad, lograron tomar, obligando al gobernador Margallo y al general Ortega a abandonar los fuertes e internarse en la ciudad.
Al día siguiente, día 28, el general Margallo organizó un contraataque destinado a recuperar las fortificaciones de Cabrerizas y Rostro Gordo. Al mando de 2.000 soldados, se enfrentó a los 3.000 rifeños allí atrincherados, a los que pronto se unieron otros 6.000 de refuerzo. Con este nuevo refuezo, estos intentaron flanquear a los españoles. Margallo interpretó este hecho erroneamente, pensando que el centro de los rifeños se dispersaba presa del pánico, de modo que ordenó cargar contar las trincheras rifeñas, siendo rechazado con terribles bajas. En ese momento parece que comenzó a darse cuenta de la realidad de la situación y comenzó a sopesar la retirada, pero minutos más tarde fue abatido de un disparo en la cabeza. Ante esta dramática situación de poco sirvieron las actuaciones del general Ortega en la retaguardía para evitar la desbandada, ya que en poco tiempo las tropas españolas comenzaron a huir en completo desorden hacia la ciudad. Durante esta acción destacó un joven y por entonces desconocido teniente llamado Miguel Primo de Rivera, quien más tarde sería recompensado por sus acciones con la más alta distinción, la Cruz Laureada de San Fernando y la promoción a capitán. Según el informe oficial español las bajas de esta acción fueron 70 muertos, incluyendo al propio gobernador, y 122 heridos; sin embargo, diversas fuentes apuntan a que las bajas reales fueron mucho mayores. Por otra parte, un rumor creció posteriormente sobre esta acción: se dijo que fue el propio Primo de Rivera quien disparó en la cabeza a Margallo, pero ninguna prueba lo sustenta y todo apunta a que fue un rifeño quien lo hizo mientras el general comprobaba la situación.
Las noticias de la derrota convencieron al gobierno de mandar ese mismo día otros 3 regimientos de caballería y cuatro batallones de infantería más de refuerzo. Así el 29 se vuelve a intentar otro ataque, éste bajo el mando del general Ortega, con 3.000 soldados, logrando su objetivo y expulsando a los rifeños de sus trincheras en Cabrerizas. Pese al éxito parcial de esta última acción, no se logra romper el cerco a la ciudad.
Con la llegada de los cruceros Alfonso XII e Isla de Luzón, España comenzó a aplicar sobre las posiciones moras toda su potencial naval, sometiéndolas a un intenso bombardeo sin descanso desde la costa. El bombardeo fue de tal intensidad que el día 6 de noviembre los rifeños enviaron una delegación con una propuesta para comenzar las negociaciones de paz. Cuando los españoles comprobaron que los moros no estaban dispuestos para la rendición se reinició el bombardeo noche tras noche, usando por primera vez en la historia reflectores eléctricos para localizar objetivos.
En España, la hasta ahora aletargada maquinaria militar comenzó a despertar, recibiendo el general Macías, sucesor de Margallo, sufientes tropas para retomar el control de la situación y reconstruir las defensas de Melilla. Así, el 27 de noviembre el general Martínez Campos llegaría a Melilla al mando de más de 7.000 efectivos, suficientes ya para formar 2 cuerpos de ejército. En abril de 1894, Martínez Campos se reunió con el embajador de Marruecos para negociar directamente la paz con el sultán de Marruecos.
Las potencias europeas observaron desde la lejanía pero con mucha atención los acontecimientos que se desarrollaban en Marruecos. Francia, que buscaba un aliado para sus propios planes en la región, animó a España a expandir su territorio por Marruecos. Madrid, sin embargo, poco interesada en crear un imperio en África y cuidadosa para no enfurecer al Imperio británico (que veía la extensión territorial de España por el estrecho de Gibraltar con alarma), sólo solicitó aquellos territorios que el sultán estuviese dispuesto a ceder. Esto no desalentó las ambiciones francesas, resultando posteriormente, en el Tratado de Fez de 1912, Marruecos dividido en dos: una parte para España y otra para Francia.
Asimismo, a consecuencia de esta pequeña guerra se le concedió a Melilla su propio cuerpo de la Guardia Civil.

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